la verdad

El rey hizo llamar a un asceta muy sabio que resi­
día en uno de los bosques de su reino. Le dijo:
-Me pregunto cómo lograr que la gente sea
mejor.
El ermitaño repuso:
-Puedo decirte, señor, que las leyes por sí mismas
no bastan para hacer mejor a la gente. El ser humano tie­
ne que practicar ciertas virtudes y éxodos de perfeccio­
namiento para alcanzar la verdad de orden superior. Esa
verdad superior tiene bien poco que ver con la verdad
ordinaria.
El rey replicó:
-De lo que no cabe duda es que yo al menos
puedo lograr que la gente diga la verdad; puedo al menos
conseguir que los demás sean veraces.
El rey decidió instalar un patíbulo en el puente que
servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón, a las órdenes
del capitán, revisaba a todo el que entraba en la ciudad.
Se hizo público lo siguiente:
«Toda persona que quiera entrar en la ciudad será
previamente interrogada. Si dice la verdad, podrá entrar.
Si miente, será llevada a la horca.»
Un día el asceta avanzó hacia el puente. El capitán
de la guardia se interpuso en su camino y le interrogó:
-¿A dónde vas?
me.
-Voy camino de la horca para que podáis colgar-
El capitán aseveró:
-No lo creo.
-Pues bien, capitán, si he mentido, ahórqueme.
Desconcertado el capitán comentó:
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-Pero si le ahorcamos por haber mentido, habre­
mos convertido en cierto lo que usted ha dicho y en ese
caso no le hemos colgado por mentir, sino por decir la
verdad.
-Efectivamente -afirmó el ermitaño-. Ahora
usted sabe lo que es la verdad ... ¡SU verdad! Coméntese­
lo al monarca.

Ramiro Calle

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