sensualidad desmesurada




La mente está conectada con cinco sentidos y ella misma, de acuerdo con los sabios de Oriente, es el sexto sentido. Los cinco sentidos producen sensaciones sensoriales y la mente produce sensaciones mentales (como cuando tenemos un recuerdo, imaginamos o nos deleitamos con una fantasía). Los cinco sentidos se encargan de percibir y producir las sensaciones, pero es posible gracias a la mente, que es el órgano de percepción y cognición. Los sentidos son como ventanas abiertas al exterior: al entrar en contacto con el objeto sensorial dan lugar a la sensación correspondiente. Las sensaciones pueden ser placenteras, displacenteras o neutras, es decir, agradables, desagradables o indiferentes. Las agradables nos producen goce, y el aficionarnos a ellas, querer repetirlas e intensificarlas, querer retenerlas y seguir disponiendo de ellas nos provoca apego o aferramiento. Por su parte, las sensaciones desagradables queremos apartarlas, evitarlas como fuere, y nos provocan aversión, antipatía y odio. Las sensaciones neutras nos suelen provocar aburrimiento, embotamiento y ofuscación. Por no saber relacionarnos con las sensaciones ya creamos muchos errores básicos de la mente, pero ante todo las denominadas tres raíces de lo insano (ya ampliamente indagadas): la ofuscación, la avidez y la aversión, que dan lugar a tantos otros errores básicos de la mente. El problema no es el disfrute. El disfrute es natural y se produce cuando algo nos agrada. Puede ser un disfrute material o inmaterial, mundano o supramundano. Pero del mismo 1 43 modo que no sabernos manejarnos con el sufrimiento (añadirnos sufrimiento al sufrimiento debido a la aversión, queriendo evitar lo inevitable o añadiendo sensaciones dolorosas mentales a las sensoriales o sufriendo mucho más por no querer sufrir lo necesario, imprescindible e inevitable), no sabernos relacionarnos con el disfrute y a menudo, por un enfoque equivocado, lo convertirnos en el preludio del dolor. El apego frustra el verdadero disfrute y origina una ansiedad compulsiva que esclaviza a la persona, obsesivamente pendiente de lo que le gusta o disgusta y, por tanto, sin paz interior ni entendimiento claro. Acumula así más y más errores mentales, densificándolos en lugar de irlos superando o debilitando. Pero vamos a hablar de la sensualidad, del deseo y del apego. Hay deseos naturales que a nadie perjudican; hay deseos que son muy nocivos para nosotros o para los demás y hay deseos artificiales. Hay que saber proceder sabiamente con el deseo y el disfrute. Pero el sensualismo desmesurado ni siquiera reporta disfrute, sino ofuscación mental, codicia desmedida y compulsiva y mucho dolor para uno y sobre todo para las otras criaturas. Por el afán de satisfacerlo, muchas personas acarrean enormes daños a otras criaturas. El desmesurado sensualismo ciega a la persona, endurece su corazón, la convierte en una adicta de sus propios placeres a costa de todo y nada la detiene en su ansia por satisfacer sus compulsiones sensoriales. Es una voracidad o «sed» que todo lo consume y de todo trata de apropiarse; que tiende a acumular, acaparar, conseguir a toda costa, poseer egoístamente. Todo en esta sociedad estimula el deseo sensorial e incluso el desenfrenado o desmesurado sensualismo, creando toda clase de deseos artificiales o prefabricados. Se trata incluso de originar deseos mentales que engañen a los sensoriales y despierten embaucadoramente los sentidos, forzándoles a desear de modo artificial. Es el gran truco de una sociedad salvajemente capitalista y ferozmente consumista: crear toda suerte de 1 44 deseos artificiales, promover esa «sed» de todo y convertir todo lo que pueda resultar lucrativo en objeto de deseo, aunque sea muy nocivo para la salud física o mental de la persona. Y como ni siquiera son deseos naturales, tampoco hay satisfacciones plenas y naturales que despierten un gow sano y un disfrute creativo, sino que cuando esos deseos artificiales se satisfacen comienzan a producir aburrimiento o tedio y la persona se propone otros, del mismo modo que si no se logra lo conseguido se experimenta mucha frustración y amargura. Porque no todo se puede obtener, hay tanta frustración, amargura y desesperación en la sociedad cibernética, donde la gente ya no puede ni saber siquiera cuáles son sus apetencias espontáneas y cuáles las que le han provocado y han terminado por codificarle. La sensualidad desmesurada no tiene fin si la persona no consigue una apertura de su comprensión y se da cuenta de que de ese modo no puede hallar paz interior, satisfacción y plenitud, sino que seguirá persiguiendo placeres de los que no disfruta, logros que no le satisfacen y objetivos que hipotecan gravemente su existencia. Tendrá que comprender, si quiere superar este error de la mente, que está bien cubrir las necesidades básicas y mejorar la calidad de vida exterior, pero que es necesario también cubrir otras necesidades y motivaciones, así como mejorar la calidad de vida anímica. De otro modo el sensualismo no tiene fin y cada día desgasta más las energías, arruina la vitalidad y desertiza el sentimiento, robando incluso frescura a los sentidos y convirtiendo las experiencias sensoriales en huecas, repetitivas y tediosas, pero perseguidas de forma compulsiva, como el adicto que no puede prescindir de la droga. La sensualidad desmesurada ha creado una sociedad plagada de desigualdades y muy injusta, en la que muchas personas sólo miran por satisfacer sus sentidos a costa de lo que fuere, con atroz egoísmo. Son como fantasmas hambrientos cuyo estómago no tiene fondo, que necesitan devorar y seguir devorando, sin parar en mientes, dando rienda suelta a su afán p.ato145 lógico por darle carnaza a los sentidos y buscando placeres y placeres más y más refinados y con los que, empero, no logran disfrutar. Por eso no saben apreciar las pequeñas pero maravillosas cosas de la vida ni sacar plenitud de los acontecimientos simples pero cargados de significación. Viven de espaldas tales personas a los sentimientos ajenos y también a su propio ser, pues es el voraz ego el que se empeña en cebarse con esa compulsiva y desenfrenada sensualidad que, además, termina por embotar precisamente los sentidos y robarles su frescura, fineza y receptividad. La sensualidad es un modo de apego, una codicia de placer para los sentidos y puede llegar a ser tan alienante como degradante, anulando la conciencia de la persona y oscureciendo intensamente su entendimiento. El desapego, el desasimiento, el desprendimiento, la comprensión correcta, el discernimiento de lo fugaz y transitorio, la generosidad, la disciplina adecuada, el autoconocimiento y un sano autodominio van ayudando a superar esa tendencia neurótica a la sensualidad que no es más que un truco mediante el cual se muestra el cebo para que uno se trague el venenoso anzuelo. La aplicación del equilibrio mental y la ecuanimidad será de excepcional ayuda, así como la práctica de determinados métodos de meditación, la autoconciencia y la sabia canalización de las energías. 

las zonas oscuras de tu mente. Ramiro Calle.

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