OFUSCACION


Merece especial atención puesto que en la ofusca­
ción enraízan muchos errores de la mente y de la misma sólo  emerge ofuscación. A menudo, es causa de desdicha propia y  ajena, ya que fortalece tendencias neuróticas como la desme­ surada avidez y la marcada aversión. La avidez se traduce como  codicia, ambición desmedida, avaricia, aferramiento y apego;  la aversión, como antipatía, odio, rabia, irascibilidad, malevo­ lencia e incluso crueldad. La ofuscación distorsiona y oscurece  la visión mental, embota la conciencia, frena el propio desa­ rrollo, perturba las relaciones con uno mismo y con las otras  criaturas, origina discordia, vínculos afectivos insanos (basados  en la simbiosis, el dominio o la dependencia mórbida) y enten­
dimiento incorrecto. La ofuscación empaña la mente e induce  a la persona a preocuparse por trivialidades, así como a poner  el acento en lo banal o insustancial, dejando de ocuparse de lo  más esencial o sustancial. La ofuscación crea una especie de  neblina en la mente que turba y perturba, desorienta y condi­ ciona a la persona de tal manera que toma lo insustancial por  lo esencial y lo superficial por lo profundo. La ofuscación pue­ de conducir a la
necedad, la visión oscurecida y distorsionada,  la ausencia de discernimiento y sabia reflexión, la conducta  mental, verbal y de acción incorrecta. Induce al error en las  apreciaciones, engendra división y conflicto, impide el noble  autodominio y puede ser una gran atadura de la mente.
Debido a la ofuscación, una persona es malevolente y  egoísta, e incurre en destructivos modos de sustentamiento (explotar, traficar con sustancias peligrosas, denigrar a otras cria­ turas y un largo etcétera de innobles modos de sustentarte). La  persona ofuscada se aferra a opiniones personalistas, estrechos  puntos de vista y una maraña de ideas por las que puede llegar  a vulnerar a los demás; la ofuscación puede conducirla a creer  que detenta el monopolio de la verdad.
La ofuscación frustra la comprensión clara, y sin com­ prensión clara no hay correcto hablar ni proceder. La ofuscación  de la mente desorienta, produce arrogancia, negligencia, y pue­ de inducir a la persona a ver lo que no es y a extraviarse en sus  propias creaciones mentales, en su universo mental de luces y  de sombras, de suspicacias y susceptibilidades, juicios y prejui­ cios y, en suma, una urdimbre de difusas presuposiciones. La  ofuscación impide ver lo que es, o cuando menos lo disrorsio­ na. Enraíza sobre falsos puntos de vista, enturbia la percepción  y descarría la atención y la reflexión, incluso haciendo que la  persona tome por incorrecro lo que no lo es y por correcto lo  que es incorrecto. La ofuscación debilita la luz de la mente o  incluso llega a apagar la lámpara del discernimiento. Hay gra­ dos, no obstante, de ofuscación, pero ésta nos impide ver lo  acertado como acertado y lo incorrecto como incorrecto y de  ese modo también condiciona la palabra y el comportamiento.
Debido a la ofuscación, la humanidad ha originado tan­ ta desdicha y destrucción innecesaria, tan colosal masa de gra­ tuito y atroz sufrimiento, que no es de extrañar, pues, que des­ de la más remota antigüedad, las personas que han desarrollado  sabiduría --entre los que hay que destacar seres en la cumbre  de la conciencia, como Lao-tse, Buda, Mahavira, Jesús y tantos  otros- nos hayan exhortado a la purificación de la mente, la  visión cabal y la superación de la ofuscación, ya que ésta conta­ mina y condiciona nuestros pensamientos, palabras y acciones  y adultera la relación con las otras criaturas. La ofuscación tam­ bién nos determina a ver los fallos de los demás y no los pro­ pios, y produce, pues, autoengaños, falaces justificaciones y pretextos. La ofuscación frustra el autoconocimiento, peto a través  de las técnicas para conocerse y realizarse vamos limpiando la  mente y desenraizando esta cualidad tan negativa. Como reza  la antigua instrucción oriental: «Gradualmente, poco a poco, de  uno a otro instante, el sabio elimina sus propias impurezas como  un fundidor elimina la escoria de la plata.»
La ofuscación engendra el apego, porque la persona cuya  mente está embotada y su visión velada no es capaz de perci­ bir que todo es transitorio, mudable, temporal, y que nada pue­ de considerarse propio, ni siquiera el cuerpo. Todo es inesta­ ble, cambia, fluctúa, transita y, por tanto, no debería haber  lugar para el aferramiento mórbido y el apego desmesurado. La
persona ofuscada tiene muy activadas sus inclinaciones a aca­ parar, poseer, acumular y dominar, e incluso ejerce su afán de  posesividad sobre las otras personas, como si fueran «artículos»  de su propiedad.
La ofuscación también provoca la ilusión perniciosa, las  expectativas absurdas y la avaricia. Por ella podemos llegar a ser  demasiado autocomplacientes y, empero, implacables con los  demás; por ella no nos vemos ni percibimos como somos y nos  asociamos con personas malevolentes e innobles, que ignoran  las cosas hermosas de la vida y las prioridades esenciales: paz  interior, salud mental, equilibrio físico y óptima relación con  las otras criaturas. La ofuscación atolondra, aturde, desarmoni­ za y traba la inteligencia clara, el comportamiento genuina­ mente virtuoso, la relación humana fecunda y la sabiduría; ali­ menta el ansia y hace a la persona cargar con muchas trabas,  nocivas precisamente por falta de visión clara. La ofuscación  está al otro lado del recto conocimiento, del entendimiento cla­ ro, de los estados perspicaces y sabios de la mente; origina enga­ ños y autoengaños, y acopia desdicha. Lo peor de la ofuscación  es que si no vamos disolviéndola, nos hace repetir las mismas  conductas incorrectas y dolorosas una y otra vez, ad infinitum.
Crea toda clase de reacciones insanas, percepciones erróneas y conductas inadecuadas. Evita la paz mental, las palabras sabias  y reflexivas, los actos armónicos. A menudo la ofuscación men­ tal crea ambivalencias extremas, contradicciones y conflictos.  Como declaraba Buda, la gran mayoría de las personas, debi­ do a la ofuscación, pasan sus vidas subiendo y bajando por la  misma orilla (la de la nesciencia o ignorancia), sin decidirse a  pasar a la otra (la del discernimiento y la sabiduría).
La ofuscación es la ignorancia básica de la mente. Se pue­ de ser un gran erudito y continuar siendo un ofuscado, y por  el contrario se puede ser una persona iletrada y disponer de  mucha claridad mental y sabiduría. Así como la ofuscación  conduce al egoísmo yel egocentrismo, la claridad mental lleva  a la generosidad y la humildad. El ofuscado no sabe ver, y por  tanto falla al proceder en consecuencia. Si la mente está ofus­ cada, se piensa con ofuscación y dado que en gran parte somos  el resultado de nuestros pensamientos, nuestra conducta esta­ rá ofuscada. La ofuscación crea pensamientos y palabras esté­ riles, diseca la vida, confunde y lleva a la persona a tomar  direcciones equivocadas y dolorosas. No ennoblece, sino que  degrada; no embellece, sino que afea. Crea oscuridad en los  pensamientos, torna a la persona irreflexiva y compulsiva, con­ duce a la confusión y el desorden. En una mente ofuscada pue­ den penetrar todo tipo de pensamientos y sentimientos malsa­ nos, y además la ofuscación impide que eclosionen los factores  de autodesarrollo e iluminación, que son: la atención cons­ ciente, la ecuanimidad, la indagación de la realidad, la energía,  el gozo interior, el sosiego y la concentración.
La persona ofuscada reacciona al odio con odio y al insul­ to con insulto. La ofuscación origina muchas reacciones neu­ róticas que causan mucho dolor propio; genera obsesiones,  pensamientos parásitos e ingobernabilidad mental y emocio­ nal. Aborta la visión lúcida y el proceder, en consecuencia, con  sabiduría. Cuando la ofuscación se intensifica, la persona pier­ de su norte y se «des-centra». Por ofuscación, una persona puede difamar, calumniar,  herir gravemente con las palabras, utilizando la lengua como  una afilada daga; por ofuscación se puede perder en un  momento dado el juicio y cometer actos malevolentes; por  ofuscación podemos incluso dañar a las personas que decimos  amar más. Todo son desventajas en la ofuscación. Es un error  básico de la mente que arrastra innumerables errores. Como la  ofuscación no deja la senda abierta hacia la comprensión clara  y reveladora, la persona ofuscada da la espalda a las palabras y  actos reflexivos e incluso, aunque no haya la menor malevo­ lencia en esa persona, por irreflexión, negligencia y oscuridad  mental, puede ser muy lesiva y perjudicial con palabras y actos.  Nunca es buena aliada la ofuscación, bien al contrario; nada  hermoso, provechoso, grato o instructivo puede surgir de la  misma. Buda declaraba: «Los actos corporales deben hacerse  sólo tras madura reflexión y tras madura reflexión deben hacer­ se los verbales y mentales.»
Como un mal alimento intoxica el cuerpo, así la ofusca­ ción intoxica la mente. El ofuscado ni se protege bien a sí mis­ mo ni puede proteger a los demás. La ofuscación crea mucha  aflicción, roba la paz interior, arrebata la visión equilibrada.
Hay que ejercitarse para disipar la ofuscación. Los sabios  budistas referían: «El que se despoja del velo de la ofuscación,  no se ofusca donde reina la confusión; dispersa seguro toda  ofuscación, igual que el sol disipa la noche.» Debemos estar en  el intento de emerger de la niebla de la ofuscación, que pone  densas cataratas a los ojos de la inteligencia. Es una espina cla­ vada en lo más profundo de la mente humana y por eso se la  ha llamado ignorancia básica o primordial, del mismo modo  que también en el ser humano reside un ángulo de claridad y  quietud, una inteligencia primordial y una conciencia clara.  Cuando hay ofuscación la persona «no sabe qué cosas atender,  y de cuáles debe hacer caso omiso; atiende a lo que no tiene  importancia y hace caso omiso de lo esencial». La vida, entonces, pierde parte de su sentido, de su frescura, de su aprendi­ zaje, de su nobleza. La persona puede llegar a preocuparse, afa­ narse, obsesionarse por mezquindades, boberías o trivialidades  que le acaparan toda su energía y le sustraen todo su sosiego.
Las palabras inspiradas y condicionadas por la ofusca­ ción, que a su vez genera avidez y odio (así como otros estados  mentales perniciosos), no pueden ser beneficiosas ni coope­ rantes. Hay que irse desprendiendo gradualmente de la ofus­ cación y desarrollando entendimiento correcto. Todo ser huma­ no debería tratar de ejercitarse en el perfeccionamiento de esa  fértil función mental que es el discernimiento y puede conver­ tirse en un canal de luz en la densa niebla de la mente. La ofus­ cación produce alteración; y el entendimiento correcto, sosie­ go. La ofuscación distancia de otras personas; el entendimiento  correcto, aproxima; la ofuscación conduce a actitudes dema­ siado egocéntricas y egoístas, pero el entendimiento correcto  produce un corazón más tierno y generoso.
Desde la ofuscación sólo hay, cuando más, una visión  muy parcial o condicionada de las cosas y fenómenos. No es  posible percibir con mayor claridad y penetración para captar  una realidad que escapa a la visión ofuscada. La ofuscación nos  hace perder el gobierno de nosotros mismos y sumar aflicción  a la aflicción. Pero se pueden ir desempañando los ojos de la  mente a fin de obtener una visión más cabal, penetrativa y  esclarecedora, más allá de estrechos y coagulados puntos de vis­ ta, egocentrismo y negligencia. Eso se proponen todas las dis­ ciplinas rigurosas de aurorrealización con las que los grandes  mentores han procurado actitudes y métodos dirigidos a escla­ recer las turbias «aguas» de la mente.
Como la ofuscación no permite ver la condicionalidad  (causas y efectos) de los fenómenos ni el modo final de ser de  todas las cosas (transitorias, temporales, contingentes), provo­ ca en la psiquis de la persona anómalas y desmesuradas reac­ ciones de avaricia y odio que aún producen más ofuscación. Así, la masa de ofuscación aumenta. La ofuscación se torna  como una insalvable emboscada. Si la persona no tiene con­ ciencia de que su mente está condicionada por la ofuscación,  nunca se decidirá a poner los medios para disiparla y seguirá  viviendo en la mente condicionada, torpe y confusa.
Una mente ofuscada es un torrente de esclavitud. Impi­ de la manifestación del conocimiento correcto, tanto en lo que  se refiere a la búsqueda interior como en lo que atañe a la vida  cotidiana. Una persona sabia es la que sabe navegar en el océa­ no de su universo interior y en el de la cotidianidad. En todo  ser humano hay potencialmente sabiduría, que es el antídoto  de la ofuscación, pero hay que desarrollarla. El Amrtabindu  Up anishad nos dice: «Como la manteca está escondida en la  leche, así habita la Sabiduría en cada uno de los seres. Es nece­ sario manifestarla a través de la mente capaz de percibirla.»
Para que la mente pueda percibirla hay que ejercitarla
mediante:
• La reflexión correcta.
• El adiestramiento en el discernimiento puro,
que nos enseña a captar lo esencial y lo trivial y a ocu­ parnos de lo sustancial y no obsesionarnos por lo insus­ tancial.
• La práctica asidua de la meditación, mediante
la cual superamos muchos condicionamientos del sub­ consciente, modelos y patrones, purificando la mente y  desencadenando percepción pura y, por tanto, visión más  esclarecida. Reza el Dhyanabindu Upanishad: «Alta como  una montaña, larga como mil leguas, la ignorancia acu­ mulada durante la vida sólo puede ser destruida a través  de la práctica de la meditación; no hay otro medio posi­ ble.»
• La aplicación, en la medida de lo posible, de un
entendimiento trabajado, consciente y lúcido -no mecánico---, que pueda ver más allá de los modelos coagu­ lados de la mente.
• La mutación de actitudes, cultivando las salu­
dables.
• La aplicación de esa energía de precisión, cor­
dura, claridad, equilibrio y firmeza de la ecuanimidad.
• El control de la ideas en la mente, evitando que
se tornen difusas, ingobernables, productoras de desor­ den mental, fragmentación y confusión.
• La observación desprejuiciada y el examen aten­
to de las circunstancias y fenómenos, eventos en el exte­ rior y estados mentales en el universo interior.
• El entrenamiento necesario para no identifi­
carse tan ciega y mecánicamente con los propios conte­ nidos psíquicos o las influencias y circunstancias del  mundo exterior, sobre todo cuando se trata de conteni­ dos anímicos confusos y de influencias externas nocivas.
• El intento perseverante, bien medido y afano­
so por liberarse de las trabas, ataduras y obscurecimien­ tos de la mente, para que ésta sea más independiente,  libre, clara y, por tanto, con una visión más panorámica  y diáfana. La propia mente debe ganar en claridad y  libertad, pues como decía el sabio hindú Shankarachar­ ya, «una nube es traída por el viento y por el viento se  disipa nuevamente; por la mente se labra la esclavitud y  por la mente también se labra la liberación».
• La no exacerbación del ego, porque la infatua­
ción y la arrogancia son resultado de la ofuscación y, a la  vez, manantial de la misma. También es por causa de la  ofuscación por lo que la persona pone toda su energía en  desarrollar el ego, la autoimportancia y la apariencia, en  detrimento de su propia evolución interior. Al final se  paga un diezmo muy elevado a ese modo de proceder y  la persona está cada día más desordenada e insatisfecha en su interior, porque la sola adquisición de logros exter­ nos no coopera en la superación de la insatisfacción y la  confusión mental.
• La búsqueda seria y honesta de la propia iden­
tidad o esencia, no tomando sólo la dirección de obtener  logros en el exterior, sino también en el propio universo  interno, y poniendo énfasis no sólo en la orientación de  hacer y aparentar, sino también en la de ser y desarrollar  el arte del noble vivir.
Cuando se daña a otras criaturas es por ofuscación; cuan­ do uno se vulnera a sí mismo es por ofuscación. Por ofuscación  se siembra discordia y no concordia; se hace uno enemigos y  no amigos; se permite que afloren las pulsiones de la hostilidad  en lugar de las hermosas potencias de la benevolencia.
Sólo en la medida en que superemos la ofuscación y  desarrollemos el conocimiento liberador, encajaremos en la des­ cripción de Ashtavakra: «Autogobernado, libre de máculas,  siempre cabal, así eres tú en la impasible felicidad interior; de  insondable inteligencia, sin agitaciones, imperturbable, tal eres  tú.» Pero sólo el que se va liberando de la ofuscación y disi­ pando los velos que oscurecen la visión puede asirse a su pro­ pia esencia y no dejarse encadenar por sus pulsiones y fuerzas  hostiles y destructivas.
La ofuscación nos hace débiles, además de ignorantes y  confusos, porque nos conduce al apego y a la aversión y nos  hace depender en exceso de lo agradable o desagradable, la vic­ toria o la derrota, el elogio o la censura. El ego exacerbado es  muy vulnerabl� y no hay heridas tan dolorosas como las nar­ cisistas. La ofuscación retroalimenta el narcisismo y nos deja  fijado a nuestro ego narcisista frenando toda posible evolución  o madurez. Mientras las reacciones egocéntricas sean muy  poderosas, no puede haber reposo interior. Es magnífica la  enseñanza del Yoga Vas histha cuando dice: «Los seres humanos piensan mucho en su propio éxito y en muchos otros asuntos  mundanos, pero no hay progreso en este mundo declinante  que se parece a un plato apetecible aderezado de forma seduc­ tora, pero cuyo interior estuviera lleno de hiel.»
La ofuscación también impide el autoconocimiento y,  por tanto, el entendimiento de uno mismo y el control de las  propias pulsiones destructivas. La persona ofuscada no ve lo  que es, sino lo que quiere ver, o teme ver, o desearía ver o se  propone ver. Si no hay visión clara, no hay actuación esclare­ cida. Desde la ofuscación, las reacciones emocionales se suce­ den de manera siempre ingobernada y no hay un «sujeto» que  ejerza cierto dominio sobre los hábitos internos y las conduc­ tas externas. La ofuscación no puede procurar respuestas opor­ tunas ni ideas esclarecidas, porque el helecho de la mente está  desordenado y no brota la inteligencia primordial ni la atención  libre y serena. La persona se identifica con sus propias corrien­ tes mentales, confusas e incluso caóticas, y no es capaz de dejar  de repetir sus errores en tanto no vaya disipando la niebla de  la ofuscación. Llevada por sus condicionamientos, prejuicios,  falaces conclusiones y actitudes egocéntricas, la persona se ocul­ ta la luz interior a sí misma y cierra las vías hacia el conoci­ miento revelador. Y aunque hay grados de ofuscación y perso­ nas mucho más ofuscadas que otras, ciertamente ésta es una  raíz de lo pernicioso que está en casi todas las mentes huma­ nas, induciendo a error y generando opiniones e ideas equivo­ cadas que nos roban nuestro espacio de libertad, nos rigen  mecánicamente y nos impiden conectar con lo que es, con lo  verdadero, creándonos muchos temores neuróticos, pesadum­ bre y conflicto. La maraña de opiniones y reacciones interfiere  entre el observador y lo observado y sobre lo observado se  hacen todo tipo de juicios, prejuicios y esquemas mentales.
Para vencer los obstáculos que hay en la propia mente  conviene aplicarse a la concentración, la meditación, la autovi­ gilancia y el desarrollo del esfuerzo consciente, con objeto de ir modificando poco a poco actitudes y reacciones. La reflexión  consciente es una medida excelente para ir solventando la infi­ nidad de errores que hemos cometido por ofuscación: dispu­ tas, discusiones violentas, rencillas, innumerables sentimientos  de rabia, irascibilidad, afán de venganza ... Muchas veces, debi­ do a la ofuscación no hemos procedido con la habilidad nece­ saria para evitar fricciones y conflictos innecesarios; nos hemos  herido a nosotros mismos y a los demás, creando embrollos que  bien podríamos haber evitado. La ofuscación produce un efec­ to similar a cuando una persona conecta mal dos cables y pro­ duce un cortocircuito. La ofuscación le hace a uno perder el  autocontrol y la mesura. Hay que trabajar muy rigurosamente  para ir despojándose poco a poco de esta raíz nociva y que a su  vez es causa de multitud de errores básicos en la mente, toda  vez que desenfoca la visión mental y entonces, tanto lo perci­ bido como lo conocido, se distorsiona.
En el lado opuesto de la ofuscación está la lucidez, con
la que poco a poco hay que ir impregnando la mente.
La mente es muy fluctuante y en todas las personas se  alternan estados de confusión u ofuscación y estados de mayor  orden y claridad. El trabajo para ir resolviendo los errores bási­ cos de la mente consiste en ir logrando superar estados de con­ fusión y desarrollando estados de perspicacia, claridad, cordu­ ra y comprensión profunda. Los destellos espontáneos de  verdadera lucidez son muy raros y a menudo la mente no se  halla en un estado de armonía y equilibrio, sino de desorden,  avidez y aversión. Los pensamientos cargados de ofuscación,  avidez y aversión impiden la visión clara o lucidez, puesto que  condicionan la percepción, la reacción y la acción. Si la lucidez  se implan:tase en la mente humana con mayor intensidad y fir­ meza, irían desapareciendo muchos de sus errores básicos y a  menudo tan perjudiciales para uno mismo y para los demás.  Por esta razón, hemos de prestar una especial atención a la ofus­ cación y a la lucidez: a la primera como matriz de innumerabIes errores básicos de la mente y actitudes nocivas; a la segun­ da, como causa de bienestar propio y ajeno, comprensión cla­ ra y ecuanimidad.
Si hubiera en la mente del ser humano un poco más de  verdadera lucidez y fuera capaz de ver las cosas como son, toda  la dinámica de la sociedad cambiaría para bien. Se resolverían  muchas complejidades sociales que sólo derivan de la ofusca­ ción de la mente humana y surgiría una nueva mentalidad.
Si la ofuscación engendra cualidades negativas, de la luci­ dez emanan cualidades laudables, provechosas y constructivas.
La lucidez es el resultado de una mente:
• Más integrada y armonizada.
• Más liberada de condicionamientos psíquicos.
• Más liberada de modelos, esquemas, patrones
y prejuicios.
• Ejercitada suficientemente para poder desenca­
denar una visión más penetrativa, justa, cabal y clara.
• Despojada de muchas trabas y ataduras, oscu­
recimientos e impedimentos como confusión, desorden,  dispersión, pereza, avidez, odio, malevolencia, desmesu­ rada sensualidad, envidia, celos, irascibilidad y apego a  opiniones erróneas.
• Más atenta, autovigilante y ecuánime.
• Más protegida contra las nocivas influencias del
exterior.
• Más emancipada e independiente.
La lucidez consiste en aproximarse más a la contempla­ ción de los fenómenos, acontecimientos y cosas como son, sin  que la visión esté tan turbada por velos como las reacciones des­ medidas y neuróticas, la imaginación descontrolada, los esque­ mas prefijados, las reacciones emocionales incontroladas, los  prejuicios, los hábitos internos, los clichés socioculturales y, en suma, los condicionamientos que provienen tanto de fuera  como de la propia psiquis.
La lucidez se gana y anida en la mente sosegada, la aten­ ción vigilante, la reflexión consciente, el sano autodominio, la  regulación de la emociones, el autoconocimiento, la percepción  más pura y directa, la captación del presente, el pensamiento  más correcto y más libre de avidez y odio, la capacidad para no  dejarse aturdir por recuerdos o expectativas y el entendimien­ to justo. Para poder ir consiguiendo la visión clara o lucidez es  necesario despojarse de muchos contenidos que condicionan y  «desaprender» muchas conductas nocivas que se nos imponen  como fardos.
Una de las historias sobre la que debemos reflexionar es
la siguiente:
Se trata de un joven occidental que, durante años,
ha visitado a guías espirituales y recibido enseñanzas de  notables maestros. En una ocasión oyó hablar de un  anciano sabio que vivía en la cima de una montaña y  decidió ir a visitarlo. Estaba, al amanecer, subiendo por  un senderillo hacia la cima de la colina, cuando de repen­ te vio que un anciano venía hacia él, llevando un gran  saco a hombros. En el momento en que fueron a cru­ zarse, el anciano se detuvo a su lado y dejó el saco en el  suelo. Le miró al occidental. ¡Qué ojos aquéllos cargados  de paz y compasión! Después el hombre cogió el saco y  partió. Había dado una gran enseñanza, sin palabras. El  hombre occidental comprendió: es necesario dejar el saco  de los modelos, los patrones, los condicionamientos y en  suma del pasado. No es que haya que matar la memoria  de datos, no (y por eso el anciano recogió el saco), pero  sí liberarse de la memoria psicológica que tanto nos con­ diciona, limita y roba la claridad de mente y la libertad  del espíritu.
Por falta de lucidez a menudo tomamos los reflejos por  la realidad, lo insustancial por lo sustancial y lo ilusorio por lo  verdadero. Hay otro cuento sumamente significativo; una his­ toria espiritual que desde hace mucho tiempo los mentores han  ido narrando a sus discípulos:
He aquí que un amanecer una paloma se coló en un
templo de paredes espejadas. El sacerdote había colocado en
el centro del templo una rosa en ofrenda a la Deidad y ésta
se reflejaba en todas las paredes espejadas del santuario. La
paloma, deseando acariciar la rosa con su pico, tomando los  reflejos por la realidad, comenzó a lanzarse contra una y otra  pared, a la búsqueda desesperada de la flor, su frágil cuerpo,  golpeándose una y otra vez. Finalmente se destripó y, muer­
ta, fue a caer entonces sobre la rosa. Los maestros dicen: «No  seas como esa paloma: tomando los reflejos por la realidad  y hallando la muerte ... espiritual.
En la medida en que se va alcanzando una visión más  clara, la persona va desprendiéndose de muchos esquemas y  prejuicios, conquistando opiniones y perspectivas correctas y  superando las incorrectas y productoras de equivocación. Tam­ bién gracias a la lucidez se propician las emociones más salu­ dables, como la generosidad, la compasión, la benevolencia y  la ecuanimidad, y surgen estados mentales más sanos que se  traducen en palabras más correctas, amables, afectuosas, vera­ ces, comedidas, reflexivas, precisas y exentas de acritud, mor­ dacidad, embustes o malas intenciones; debido también a la  visión clara o lúcida, la persona desarrolla un tipo de com­ prensión más profunda y es más impecable en su proceder, evi­ tando cualquier actividad que pueda dañar a las criaturas  vivientes y por tanto renunciando a la malevolencia y logran­ do correctos modos de sustentamiento vital que no impliquen  destrucción o perjuicio de otros seres.
La lucidez se va consiguiendo mediante la firme resolu­ ción de obtenerla, pero, necesariamente, siguiendo una disci­ plina y una práctica que favorezcan la evolución consciente y  la mutación de la psique. Esta disciplina se ha basado desde  tiempos inmemoriales en un triple entrenamiento:
- Ético: que consiste en poner los medios para que los  otros seres sean felices y evitarles sufrimientos y sabiendo tam­ bién cuidarnos y protegernos a nosotros mismos.
-Mental: que consiste en un entrenamiento armónico y  metódico de la mente para ir desarrollando sus potenciales y esti­ mulando los factores de autodesarrollo que residen en todo ser  humano: esfuel7.O consciente o energía, sosiego, contento interior,  atención consciente, ecuanimidad, indagación de la realidad y  otros. La práctica más fiable y experimentada a lo largo de mile­ nios para la transformación de la mente y la reorganización salu­ dable de la psique es la meditación sentada, que representa el arte  de detenerse y ejercitar la atención mental pura y la ecuanimidad  para ir superando condicionamientos internos, integrando la  mente y desencadenando la visión cabal, que es la portadora de  la verdadera sabiduría o plena lucidez, puesto que permite perci­ bir de forma directa, mediante la propia experiencia, los fenóme­ nos tal como son y no como creemos que son. La meditación va
incluso «limpiando» y «quemando» muchas impregnaciones sub­ conscientes nocivas que, a su vez, originan pulsiones y tendencias  patológicas y hostiles. Potencia, por el contrario, las fuerzas de  autoperfeccionamiento, bienestar y creatividad del individuo, a  menudo «inhibidas» o bloqueadas por trabas e impedimentos  mentales y psíquicos.
- De desenvolvimiento de la sabiduría: un tipo especial de  visión supraconsciente que aprehende la realidad subyacente y que  se esconde tras las apariencias, no perceptible, precisamente, por­ que la visión de la persona es débil, parcial, contaminada y oscu­ recida por condicionamientos internos y externos.
La persona lúcida, o sea, más sabia, valora extraordina­ riamente las cualidades laudables como la benevolencia, la com­ pasión, la buena voluntad y la alegría por los éxitos ajenos. Es  menos posesiva o acaparadora, y está más libre de las reaccio­ nes extremas de apego y aversión. Respeta toda forma de vida  y tiene clara conciencia de que forma parte de la totalidad. Su  conciencia ha alcanzado un nivel más elevado, se ha liberado  de muchas raíces perjudiciales que palpitaban en el inconsciente  y con la mente más concentrada y sosegada, más calma y ecuá­ nime, puede percibir y penetrar una realidad que escapa a la  mente condicionada. El cultivo metódico de la mente a tra­ vés de la meditación sentada y de la actitud ante la vida dia­ ria va procurando calma y claridad, y convirtiendo la misma  mente en una preciosa herramienta para el vivir cotidiano y  la búsqueda interior. Esto no significa que la persona lúcida  sea infalible; está sometida a error, pero cuando decide, opta  y procede lo hace con comprensión más clara y siempre res­ ponsabilizándose de esa mente que trata de gobernar y dirigir  sabia y amorosamente. Mediante la conquista de la visión cla­ ra o la lucidez se evita el sufrimiento innecesario de la mente,  aquel que viene dado por una mente neurótica o desordenada  y por un exceso de pensamientos nocivos, estados mentales  aflictivos y reacciones anómalas ante lo placentero (creando  mucho aferramiento y finalmente dolor) y ante lo displacente­ ro (generando mucha aversión y odio, o sea, añadiendo dolor  al dolor).
El sufrimiento de la mente desordenada y neurótica va  siendo eliminado a medida que brota la claridad mental e  incluso esa claridad de mente; apoyada sobre la ecuanimidad,  reduce la masa de sufrimiento inevitable, puesto que la mente  aprende a encararlo de otra manera. Buda enseñaba en la pará­ bola de la casa: «Si la casa está bien techada, no entran el gra­ nizo, la lluvia ni la nieve; si la casa está mal techada, granizo,  nieve y lluvia la anegan.»
La mente es la casa. Si está protegida por la atención  consciente y la lucidez, los pensamientos nocivos y las influen­ cias perniciosas no pueden afectarla; pero cuando no está some­ tida a vigilancia ni permanece clara, se ve anegada por los esta­ dos mentales nocivos y aflictivos.
El umbral más alto de la lucidez es la sabiduría, que supo­ ne tanto inteligencia clara como compasión. Es el resultado de  un trabajo muy serio sobre uno mismo y que exige el desarro­ llo de numerosos factores. En el Dhammapadd podemos leer:  «La sabiduría brota en aquel que se examina día a día, cuya vida  es intachable; inteligente, arropado con el conocimiento y la vir­ tud.» La mente se va «descondicionando» y «descodificando».  Liberada de muchas de sus trabas y oscurecimientos, mediante  la práctica de la meditación y el cultivo de actitudes adecuadas,  se va «apaciguando lo condicionado» y se van suprimiendo las  desmesuradas reacciones de apego y odio que la tienen domi­ nada y que son causa de desdicha para uno mismo y para los  demás. Si la dicha más estable es la paz interior, ésta no puede  eclosionar hasta que no se disipen las «barreras» que la inhiben.  Los condicionamientos y las tendencias subterráneas van resol­ viéndose y las potencias constructivas que hay en la mente, que  estaban aletargadas, se actualizan, superándose muchas de las  aflicciones que uno bien puede evitarse.
Con mucho cuidado, la persona tiene que ir atendiendo  y cultivando su psicología para poder desembarazarse de con­ dicionamientos tales como ofuscación, apego, odio y otros, con  objeto de que la mente enemiga se vuelva amiga, de que la mis­ ma mente que encadenaba se torne liberadora. Mediante ese  cultivo, que exige energía, esfuerzo consciente, motivación y  una consistente disciplina, la persona va consiguiendo sosiego,  concentración, firmeza de mente, armonía y visión clara.
Cuando alguien tiene un atisbo de claridad, aunque sea  desde su mente ofuscada, se pone en marcha una saludable  necesidad por ir desplegando esa nube de luz y entendimiento correcto. Entonces la persona tiene la oportunidad de darse  cuenta de lo que es más esencial y relevante en su vida y
comenzar a trabajar por su consecución. A menudo, y debido  a la ignorancia básica, todos nos comportamos como los per­ sonajes de la siguiente narración:
Un hombre estaba sediento y moribundo, extra­
viado en un desierto. Pasó por allí una caravana y algu­ nos de los viajeros se acercaron a �er qué le pasaba. El  hombre, musitando, susurró: «¡Agua! ¡Agua!» Entonces  los viajeros comenzaron a preguntarle si quería el agua  en una taza o con una cucharita o beberla directamente  del pellejo y preguntándole y preguntándole, el hombre  murió de sed.
Por falta de visión clara, nos producimos mucho daño a  nosotros y a los demás. La ofuscación roba la comprensión cla­ ra, como dice el Dhammapada: «Aquellos que se avergüenzan  cuando no deberían avergonzarse y que no se avergüenzan  cuando deberían hacerlo, están condicionados por equivocados  puntos de vista y se conducen hacia un estado de dolor. Aque­ llos que temen lo que no debe ser temido y no temen lo que  debe ser temido, están condicionados por equivocados puntos  de vista y se conducen hacia un estado de dolor. Imaginan  como equivocado lo que no es equivocado y como no equivo­ cado lo que sí lo es: seres que mantienen tales puntos de vista  se desploman en un estado de dolor. Conociendo lo equivoca­ do como equivocado y lo acertado como acertado: esos seres,  adoptando la visión correcta, alcanzan un estado de felicidad.»
Al ir extinguiendo las contaminaciones de la mente  (incluida su fuente, la ofuscación) que dan lugar o son en sí  mismas errores básicos del órgano mental, la persona va sin­ tiéndose más integrada, satisfecha, contenta y dueña de sí mis­ ma. Uno mismo tiene que llevar a cabo la ardua y noble tarea de resolver los errores básicos de su mente, que generan desdi­ cha y discordia. No dejan de ser en este sentido muy aleccio­ nadoras las recomendaciones del Dhammapadd: «Uno mismo  es su propio protecror; uno mismo es su propio refugio. Por lo  tanto, que uno mismo se cuide de la misma forma que el ven­ dedor de caballos cuidará al buen caballo.»
En este entrenamiento para la resolución de los errores  básicos de la mente con objeto de esclarecer su percepción, su  cognición y su acción, es inevitable el autoconocimiento, pues  en la medida en que nos miramos y examinamos vamos des­ cubriendo no sólo estos errores, sino también cómo se mani­ fiestan y se perpetúan. Como esta obra tiene un carácter emi­ nentemente práctico (como ya lo han tenido Te rapia emocional,  Terapia afectiva, Terapia espiritual y El dominio de la mente), el  lector no debe satisfacerse con la exposición teórica, sino que  debe llevar a la práctica y a su vida cotidiana las claves, pautas  y actitudes que mostramos y que le permitirán ir superando la  ofuscación -y subsiguientemente los errores y distorsiones  mentales-, desarrollando calma y claridad, y superando el inú­ til sufrimiento y aflicción de la propia mente, lo que redunda­ rá en beneficio propio y de los demás.
Es la vida cotidiana el escenario adecuado para autovigi­ larse, con el fin de descubrir y desenmascarar los errores y dis­ torsiones mentales, los autoengaños y las racionalizaciones. Este  seguimiento nos permitirá aplicar esas magníficas fuerzas que  son la atención vigilante, la ecuanimidad y la lucidez, al obje­ to de ir desenraizando ataduras y trabas. Del mismo modo que  de la observación atenta, intensa, penetrante y desprejuiciada  han surgido muchos y notables descubrimientos, mediante la  misma, aplicada a la propia psicología, la persona puede ir per­ catándose de sus reacciones emocionales, sus hábitos psíquicos,  sus «composturas» anímicas y sus condicionamientos, para  poder ir resolviéndolos y superándolos, despejando así la visión.  Explorando su propia interioridad, pero sin extraviarse en sentimientos de culpa ni justificaciones, la persona podrá ir des­ cubriendo y desmantelando muchos factores que le producen  miseria interior y desdicha mental, y estimulando aquellos que  dan equilibrio anímico, sosiego y claridad.
Hay en toda persona un ángulo de quietud y de luz con  el que se puede conectar. El individuo está capacitado para,  mediante unas actitudes y métodos fiables, ir desmontando  muchos de sus autoengaños y madurando psíquicamente. Pero  a veces resulta doloroso, casi una estremecedora conmoción,  descubrir esas ideas y opiniones equivocadas que hemos man­ tenido, o incluso impuesto a los otros, durante años; desen­ mascarar comportamientos anímicos patológicos y superar  dependencias psíquicas. La senda hacia la libertad interior a  veces impone y sobrecoge y tomar conciencia de nuestra pro­ pia codicia, odio, ofuscación, celos y envidia, así como de la  burda máscara de la personalidad a la que tanto hemos entre­ gado, no es tarea fácil. También la burocracia del ego, sintién­ dose amenazada, se rebelará con todo su vigor y querrá cerrar  el camino a la esencia, impidiéndonos ver con claridad.
En una ocasión un discípulo le preguntó al maestro:
-¿Dónde está la realidad?
-Justo delante de ti --dijo el mentor.  -Entonces, ¿por qué no puedo verla?  -Porque sólo te ves a ti mismo.
Pero lo más grave es que ni siquiera nos vemos a noso­ tros mismos como tales, sino la envoltura y la apariencia de  nosotros mismos, justo aquello que, cuando tengamos claridad  y sabiduría, descubriremos que no somos.
Como método práctico para superar la ofuscación y des­ plegar la lucidez, también es de gran importancia detectar la  ofuscación en la propia mente. No es fácil, y es necesario, entre narse en la práctica de la meditación para irse acostumbrando  a mirar dentro de la mente, examinarla y tomar conciencia de  ella. En un célebre sermón de la enseñanza del Buda, el
Arya-Ratnakuta, se dice: «La mente es como el ilusionismo de  un mago; adopta diversas formas de aparición a causa de pensa­ mientos no acordes con la realidad. La mente es como la corrien­ te de un río: nunca se para sino que sufre, rompe, desaparece. La
mente es como la luz de una lámpara: arde en razón de sus cau­ sas y condiciones. La mente es como la luz de un relámpago que,  en un instante, acaba y no permanece. La mente es como el espa­ cio, está contaminada por impurezas. La mente es como un mal  amigo porque trae toda clase de sufrimientos.»
Pero, mediante el oportuno entrenamiento yel esfuerzo  debidamente aplicado, la mente puede irse tornando una cola­ boradora. Hay que protegerla con cuidado, ordenarla, liberar­ la de obstáculos y estados aflictivos y procurarle sosiego, por­ que del sosiego va naciendo la claridad. Todos los sabios de la  antigüedad, tanto de Oriente como de Occidente, han insisti­ do en la necesidad de la calma mental.
En una ocasión un discípulo escéptico le dijo a su
preceptor:
-Pero ¿a qué viene que insistas tanto en el sosiego?
El preceptor le dijo:
-Acércate al río y trata de ver tu rostro.
El río se deslizaba precipitadamente. El joven se
miró en sus aguas, pero su rostro se desfiguraba. Volvió  junto al mentor y le dijo:
-Es imposible verse la cara en esas aguas revueltaso
-Pues ahora dirígete al lago y mírate.
Así lo hizo el discípulo y al regresar junto a maes­tro le dijo:

-En las serenas aguas del lago sí he visto perfec­
tamente mi rostro.
-¿ Te das cuenta? El sosiego te permitirá ver con
claridad, y con claridad verte a ti mismo, pero a través  de las aguas revueltas de la mente no existe visión clara.  Como aconsejaba el sabio Santideva, hay que estar aten­ ro para sujetar la mente al poste de la calma interior y exami­ nar a cada instante la condición de la propia mente. Del mis­ mo modo que el buen joyero va tallando con primor el  diamante, así la persona que quiera disipar la ofuscación de la  mente y preservarla de ella, para poder disponer de una men­ te más lúcida, bienintencionada, sagaz y ecuánime, debe apli­ carse a despojarla de sus malas cualidades y a propiciar las bue­ nas; debe no desfallecer en cuanto a la sabia aplicación del  discernimiento y debe ejercitar sin descanso esa fuerza integra­ dora y equilibrante que es la atención, pues como bien dice un  comentario a un célebre sermón budista (Sutta Nipata): «La  función de la atención y de la clara comprensión es de gran  importancia. No existe ningún proceso mental relativo al cono­ cimiento y a la comprensión en el que no intervenga la aten­ ción. La negligencia es, en pocas palabras, la ausencia de aten­ ción. La atención es esa incansable tenacidad que nos hace ser  perseverantes en cualquier actividad. Se dice de aquellos que,  bajo el influjo del ejercicio constante para el desarrollo mental,  se han impregnado con la fragancia de la atención y la clara  comprensión, que están siempre meditativos.»
Precisamente la atención firme, intensa, bien aplicada y  pura (libre de juicios y prejuicios, reacciones e interpretaciones,  ideas y opiniones) es el punto de luz que se va abriendo y disi­ pando poco a poco toda la oscuridad de la mente.

Ramiro calle. Las zonas oscuras de la mente.

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