OFUSCACION
Merece especial atención puesto que en la ofusca
ción enraízan muchos errores de la mente y de la misma sólo emerge ofuscación. A menudo, es causa de desdicha propia y ajena, ya que fortalece tendencias neuróticas como la desme surada avidez y la marcada aversión. La avidez se traduce como codicia, ambición desmedida, avaricia, aferramiento y apego; la aversión, como antipatía, odio, rabia, irascibilidad, malevo lencia e incluso crueldad. La ofuscación distorsiona y oscurece la visión mental, embota la conciencia, frena el propio desa rrollo, perturba las relaciones con uno mismo y con las otras criaturas, origina discordia, vínculos afectivos insanos (basados en la simbiosis, el dominio o la dependencia mórbida) y enten
dimiento incorrecto. La ofuscación empaña la mente e induce a la persona a preocuparse por trivialidades, así como a poner el acento en lo banal o insustancial, dejando de ocuparse de lo más esencial o sustancial. La ofuscación crea una especie de neblina en la mente que turba y perturba, desorienta y condi ciona a la persona de tal manera que toma lo insustancial por lo esencial y lo superficial por lo profundo. La ofuscación pue de conducir a la
necedad, la visión oscurecida y distorsionada, la ausencia de discernimiento y sabia reflexión, la conducta mental, verbal y de acción incorrecta. Induce al error en las apreciaciones, engendra división y conflicto, impide el noble autodominio y puede ser una gran atadura de la mente.
Debido a la ofuscación, una persona es malevolente y egoísta, e incurre en destructivos modos de sustentamiento (explotar, traficar con sustancias peligrosas, denigrar a otras cria turas y un largo etcétera de innobles modos de sustentarte). La persona ofuscada se aferra a opiniones personalistas, estrechos puntos de vista y una maraña de ideas por las que puede llegar a vulnerar a los demás; la ofuscación puede conducirla a creer que detenta el monopolio de la verdad.
La ofuscación frustra la comprensión clara, y sin com prensión clara no hay correcto hablar ni proceder. La ofuscación de la mente desorienta, produce arrogancia, negligencia, y pue de inducir a la persona a ver lo que no es y a extraviarse en sus propias creaciones mentales, en su universo mental de luces y de sombras, de suspicacias y susceptibilidades, juicios y prejui cios y, en suma, una urdimbre de difusas presuposiciones. La ofuscación impide ver lo que es, o cuando menos lo disrorsio na. Enraíza sobre falsos puntos de vista, enturbia la percepción y descarría la atención y la reflexión, incluso haciendo que la persona tome por incorrecro lo que no lo es y por correcto lo que es incorrecto. La ofuscación debilita la luz de la mente o incluso llega a apagar la lámpara del discernimiento. Hay gra dos, no obstante, de ofuscación, pero ésta nos impide ver lo acertado como acertado y lo incorrecto como incorrecto y de ese modo también condiciona la palabra y el comportamiento.
Debido a la ofuscación, la humanidad ha originado tan ta desdicha y destrucción innecesaria, tan colosal masa de gra tuito y atroz sufrimiento, que no es de extrañar, pues, que des de la más remota antigüedad, las personas que han desarrollado sabiduría --entre los que hay que destacar seres en la cumbre de la conciencia, como Lao-tse, Buda, Mahavira, Jesús y tantos otros- nos hayan exhortado a la purificación de la mente, la visión cabal y la superación de la ofuscación, ya que ésta conta mina y condiciona nuestros pensamientos, palabras y acciones y adultera la relación con las otras criaturas. La ofuscación tam bién nos determina a ver los fallos de los demás y no los pro pios, y produce, pues, autoengaños, falaces justificaciones y pretextos. La ofuscación frustra el autoconocimiento, peto a través de las técnicas para conocerse y realizarse vamos limpiando la mente y desenraizando esta cualidad tan negativa. Como reza la antigua instrucción oriental: «Gradualmente, poco a poco, de uno a otro instante, el sabio elimina sus propias impurezas como un fundidor elimina la escoria de la plata.»
La ofuscación engendra el apego, porque la persona cuya mente está embotada y su visión velada no es capaz de perci bir que todo es transitorio, mudable, temporal, y que nada pue de considerarse propio, ni siquiera el cuerpo. Todo es inesta ble, cambia, fluctúa, transita y, por tanto, no debería haber lugar para el aferramiento mórbido y el apego desmesurado. La
persona ofuscada tiene muy activadas sus inclinaciones a aca parar, poseer, acumular y dominar, e incluso ejerce su afán de posesividad sobre las otras personas, como si fueran «artículos» de su propiedad.
La ofuscación también provoca la ilusión perniciosa, las expectativas absurdas y la avaricia. Por ella podemos llegar a ser demasiado autocomplacientes y, empero, implacables con los demás; por ella no nos vemos ni percibimos como somos y nos asociamos con personas malevolentes e innobles, que ignoran las cosas hermosas de la vida y las prioridades esenciales: paz interior, salud mental, equilibrio físico y óptima relación con las otras criaturas. La ofuscación atolondra, aturde, desarmoni za y traba la inteligencia clara, el comportamiento genuina mente virtuoso, la relación humana fecunda y la sabiduría; ali menta el ansia y hace a la persona cargar con muchas trabas, nocivas precisamente por falta de visión clara. La ofuscación está al otro lado del recto conocimiento, del entendimiento cla ro, de los estados perspicaces y sabios de la mente; origina enga ños y autoengaños, y acopia desdicha. Lo peor de la ofuscación es que si no vamos disolviéndola, nos hace repetir las mismas conductas incorrectas y dolorosas una y otra vez, ad infinitum.
Crea toda clase de reacciones insanas, percepciones erróneas y conductas inadecuadas. Evita la paz mental, las palabras sabias y reflexivas, los actos armónicos. A menudo la ofuscación men tal crea ambivalencias extremas, contradicciones y conflictos. Como declaraba Buda, la gran mayoría de las personas, debi do a la ofuscación, pasan sus vidas subiendo y bajando por la misma orilla (la de la nesciencia o ignorancia), sin decidirse a pasar a la otra (la del discernimiento y la sabiduría).
La ofuscación es la ignorancia básica de la mente. Se pue de ser un gran erudito y continuar siendo un ofuscado, y por el contrario se puede ser una persona iletrada y disponer de mucha claridad mental y sabiduría. Así como la ofuscación conduce al egoísmo yel egocentrismo, la claridad mental lleva a la generosidad y la humildad. El ofuscado no sabe ver, y por tanto falla al proceder en consecuencia. Si la mente está ofus cada, se piensa con ofuscación y dado que en gran parte somos el resultado de nuestros pensamientos, nuestra conducta esta rá ofuscada. La ofuscación crea pensamientos y palabras esté riles, diseca la vida, confunde y lleva a la persona a tomar direcciones equivocadas y dolorosas. No ennoblece, sino que degrada; no embellece, sino que afea. Crea oscuridad en los pensamientos, torna a la persona irreflexiva y compulsiva, con duce a la confusión y el desorden. En una mente ofuscada pue den penetrar todo tipo de pensamientos y sentimientos malsa nos, y además la ofuscación impide que eclosionen los factores de autodesarrollo e iluminación, que son: la atención cons ciente, la ecuanimidad, la indagación de la realidad, la energía, el gozo interior, el sosiego y la concentración.
La persona ofuscada reacciona al odio con odio y al insul to con insulto. La ofuscación origina muchas reacciones neu róticas que causan mucho dolor propio; genera obsesiones, pensamientos parásitos e ingobernabilidad mental y emocio nal. Aborta la visión lúcida y el proceder, en consecuencia, con sabiduría. Cuando la ofuscación se intensifica, la persona pier de su norte y se «des-centra». Por ofuscación, una persona puede difamar, calumniar, herir gravemente con las palabras, utilizando la lengua como una afilada daga; por ofuscación se puede perder en un momento dado el juicio y cometer actos malevolentes; por ofuscación podemos incluso dañar a las personas que decimos amar más. Todo son desventajas en la ofuscación. Es un error básico de la mente que arrastra innumerables errores. Como la ofuscación no deja la senda abierta hacia la comprensión clara y reveladora, la persona ofuscada da la espalda a las palabras y actos reflexivos e incluso, aunque no haya la menor malevo lencia en esa persona, por irreflexión, negligencia y oscuridad mental, puede ser muy lesiva y perjudicial con palabras y actos. Nunca es buena aliada la ofuscación, bien al contrario; nada hermoso, provechoso, grato o instructivo puede surgir de la misma. Buda declaraba: «Los actos corporales deben hacerse sólo tras madura reflexión y tras madura reflexión deben hacer se los verbales y mentales.»
Como un mal alimento intoxica el cuerpo, así la ofusca ción intoxica la mente. El ofuscado ni se protege bien a sí mis mo ni puede proteger a los demás. La ofuscación crea mucha aflicción, roba la paz interior, arrebata la visión equilibrada.
Hay que ejercitarse para disipar la ofuscación. Los sabios budistas referían: «El que se despoja del velo de la ofuscación, no se ofusca donde reina la confusión; dispersa seguro toda ofuscación, igual que el sol disipa la noche.» Debemos estar en el intento de emerger de la niebla de la ofuscación, que pone densas cataratas a los ojos de la inteligencia. Es una espina cla vada en lo más profundo de la mente humana y por eso se la ha llamado ignorancia básica o primordial, del mismo modo que también en el ser humano reside un ángulo de claridad y quietud, una inteligencia primordial y una conciencia clara. Cuando hay ofuscación la persona «no sabe qué cosas atender, y de cuáles debe hacer caso omiso; atiende a lo que no tiene importancia y hace caso omiso de lo esencial». La vida, entonces, pierde parte de su sentido, de su frescura, de su aprendi zaje, de su nobleza. La persona puede llegar a preocuparse, afa narse, obsesionarse por mezquindades, boberías o trivialidades que le acaparan toda su energía y le sustraen todo su sosiego.
Las palabras inspiradas y condicionadas por la ofusca ción, que a su vez genera avidez y odio (así como otros estados mentales perniciosos), no pueden ser beneficiosas ni coope rantes. Hay que irse desprendiendo gradualmente de la ofus cación y desarrollando entendimiento correcto. Todo ser huma no debería tratar de ejercitarse en el perfeccionamiento de esa fértil función mental que es el discernimiento y puede conver tirse en un canal de luz en la densa niebla de la mente. La ofus cación produce alteración; y el entendimiento correcto, sosie go. La ofuscación distancia de otras personas; el entendimiento correcto, aproxima; la ofuscación conduce a actitudes dema siado egocéntricas y egoístas, pero el entendimiento correcto produce un corazón más tierno y generoso.
Desde la ofuscación sólo hay, cuando más, una visión muy parcial o condicionada de las cosas y fenómenos. No es posible percibir con mayor claridad y penetración para captar una realidad que escapa a la visión ofuscada. La ofuscación nos hace perder el gobierno de nosotros mismos y sumar aflicción a la aflicción. Pero se pueden ir desempañando los ojos de la mente a fin de obtener una visión más cabal, penetrativa y esclarecedora, más allá de estrechos y coagulados puntos de vis ta, egocentrismo y negligencia. Eso se proponen todas las dis ciplinas rigurosas de aurorrealización con las que los grandes mentores han procurado actitudes y métodos dirigidos a escla recer las turbias «aguas» de la mente.
Como la ofuscación no permite ver la condicionalidad (causas y efectos) de los fenómenos ni el modo final de ser de todas las cosas (transitorias, temporales, contingentes), provo ca en la psiquis de la persona anómalas y desmesuradas reac ciones de avaricia y odio que aún producen más ofuscación. Así, la masa de ofuscación aumenta. La ofuscación se torna como una insalvable emboscada. Si la persona no tiene con ciencia de que su mente está condicionada por la ofuscación, nunca se decidirá a poner los medios para disiparla y seguirá viviendo en la mente condicionada, torpe y confusa.
Una mente ofuscada es un torrente de esclavitud. Impi de la manifestación del conocimiento correcto, tanto en lo que se refiere a la búsqueda interior como en lo que atañe a la vida cotidiana. Una persona sabia es la que sabe navegar en el océa no de su universo interior y en el de la cotidianidad. En todo ser humano hay potencialmente sabiduría, que es el antídoto de la ofuscación, pero hay que desarrollarla. El Amrtabindu Up anishad nos dice: «Como la manteca está escondida en la leche, así habita la Sabiduría en cada uno de los seres. Es nece sario manifestarla a través de la mente capaz de percibirla.»
Para que la mente pueda percibirla hay que ejercitarla
mediante:
• La reflexión correcta.
• El adiestramiento en el discernimiento puro,
que nos enseña a captar lo esencial y lo trivial y a ocu parnos de lo sustancial y no obsesionarnos por lo insus tancial.
• La práctica asidua de la meditación, mediante
la cual superamos muchos condicionamientos del sub consciente, modelos y patrones, purificando la mente y desencadenando percepción pura y, por tanto, visión más esclarecida. Reza el Dhyanabindu Upanishad: «Alta como una montaña, larga como mil leguas, la ignorancia acu mulada durante la vida sólo puede ser destruida a través de la práctica de la meditación; no hay otro medio posi ble.»
• La aplicación, en la medida de lo posible, de un
entendimiento trabajado, consciente y lúcido -no mecánico---, que pueda ver más allá de los modelos coagu lados de la mente.
• La mutación de actitudes, cultivando las salu
dables.
• La aplicación de esa energía de precisión, cor
dura, claridad, equilibrio y firmeza de la ecuanimidad.
• El control de la ideas en la mente, evitando que
se tornen difusas, ingobernables, productoras de desor den mental, fragmentación y confusión.
• La observación desprejuiciada y el examen aten
to de las circunstancias y fenómenos, eventos en el exte rior y estados mentales en el universo interior.
• El entrenamiento necesario para no identifi
carse tan ciega y mecánicamente con los propios conte nidos psíquicos o las influencias y circunstancias del mundo exterior, sobre todo cuando se trata de conteni dos anímicos confusos y de influencias externas nocivas.
• El intento perseverante, bien medido y afano
so por liberarse de las trabas, ataduras y obscurecimien tos de la mente, para que ésta sea más independiente, libre, clara y, por tanto, con una visión más panorámica y diáfana. La propia mente debe ganar en claridad y libertad, pues como decía el sabio hindú Shankarachar ya, «una nube es traída por el viento y por el viento se disipa nuevamente; por la mente se labra la esclavitud y por la mente también se labra la liberación».
• La no exacerbación del ego, porque la infatua
ción y la arrogancia son resultado de la ofuscación y, a la vez, manantial de la misma. También es por causa de la ofuscación por lo que la persona pone toda su energía en desarrollar el ego, la autoimportancia y la apariencia, en detrimento de su propia evolución interior. Al final se paga un diezmo muy elevado a ese modo de proceder y la persona está cada día más desordenada e insatisfecha en su interior, porque la sola adquisición de logros exter nos no coopera en la superación de la insatisfacción y la confusión mental.
• La búsqueda seria y honesta de la propia iden
tidad o esencia, no tomando sólo la dirección de obtener logros en el exterior, sino también en el propio universo interno, y poniendo énfasis no sólo en la orientación de hacer y aparentar, sino también en la de ser y desarrollar el arte del noble vivir.
Cuando se daña a otras criaturas es por ofuscación; cuan do uno se vulnera a sí mismo es por ofuscación. Por ofuscación se siembra discordia y no concordia; se hace uno enemigos y no amigos; se permite que afloren las pulsiones de la hostilidad en lugar de las hermosas potencias de la benevolencia.
Sólo en la medida en que superemos la ofuscación y desarrollemos el conocimiento liberador, encajaremos en la des cripción de Ashtavakra: «Autogobernado, libre de máculas, siempre cabal, así eres tú en la impasible felicidad interior; de insondable inteligencia, sin agitaciones, imperturbable, tal eres tú.» Pero sólo el que se va liberando de la ofuscación y disi pando los velos que oscurecen la visión puede asirse a su pro pia esencia y no dejarse encadenar por sus pulsiones y fuerzas hostiles y destructivas.
La ofuscación nos hace débiles, además de ignorantes y confusos, porque nos conduce al apego y a la aversión y nos hace depender en exceso de lo agradable o desagradable, la vic toria o la derrota, el elogio o la censura. El ego exacerbado es muy vulnerabl� y no hay heridas tan dolorosas como las nar cisistas. La ofuscación retroalimenta el narcisismo y nos deja fijado a nuestro ego narcisista frenando toda posible evolución o madurez. Mientras las reacciones egocéntricas sean muy poderosas, no puede haber reposo interior. Es magnífica la enseñanza del Yoga Vas histha cuando dice: «Los seres humanos piensan mucho en su propio éxito y en muchos otros asuntos mundanos, pero no hay progreso en este mundo declinante que se parece a un plato apetecible aderezado de forma seduc tora, pero cuyo interior estuviera lleno de hiel.»
La ofuscación también impide el autoconocimiento y, por tanto, el entendimiento de uno mismo y el control de las propias pulsiones destructivas. La persona ofuscada no ve lo que es, sino lo que quiere ver, o teme ver, o desearía ver o se propone ver. Si no hay visión clara, no hay actuación esclare cida. Desde la ofuscación, las reacciones emocionales se suce den de manera siempre ingobernada y no hay un «sujeto» que ejerza cierto dominio sobre los hábitos internos y las conduc tas externas. La ofuscación no puede procurar respuestas opor tunas ni ideas esclarecidas, porque el helecho de la mente está desordenado y no brota la inteligencia primordial ni la atención libre y serena. La persona se identifica con sus propias corrien tes mentales, confusas e incluso caóticas, y no es capaz de dejar de repetir sus errores en tanto no vaya disipando la niebla de la ofuscación. Llevada por sus condicionamientos, prejuicios, falaces conclusiones y actitudes egocéntricas, la persona se ocul ta la luz interior a sí misma y cierra las vías hacia el conoci miento revelador. Y aunque hay grados de ofuscación y perso nas mucho más ofuscadas que otras, ciertamente ésta es una raíz de lo pernicioso que está en casi todas las mentes huma nas, induciendo a error y generando opiniones e ideas equivo cadas que nos roban nuestro espacio de libertad, nos rigen mecánicamente y nos impiden conectar con lo que es, con lo verdadero, creándonos muchos temores neuróticos, pesadum bre y conflicto. La maraña de opiniones y reacciones interfiere entre el observador y lo observado y sobre lo observado se hacen todo tipo de juicios, prejuicios y esquemas mentales.
Para vencer los obstáculos que hay en la propia mente conviene aplicarse a la concentración, la meditación, la autovi gilancia y el desarrollo del esfuerzo consciente, con objeto de ir modificando poco a poco actitudes y reacciones. La reflexión consciente es una medida excelente para ir solventando la infi nidad de errores que hemos cometido por ofuscación: dispu tas, discusiones violentas, rencillas, innumerables sentimientos de rabia, irascibilidad, afán de venganza ... Muchas veces, debi do a la ofuscación no hemos procedido con la habilidad nece saria para evitar fricciones y conflictos innecesarios; nos hemos herido a nosotros mismos y a los demás, creando embrollos que bien podríamos haber evitado. La ofuscación produce un efec to similar a cuando una persona conecta mal dos cables y pro duce un cortocircuito. La ofuscación le hace a uno perder el autocontrol y la mesura. Hay que trabajar muy rigurosamente para ir despojándose poco a poco de esta raíz nociva y que a su vez es causa de multitud de errores básicos en la mente, toda vez que desenfoca la visión mental y entonces, tanto lo perci bido como lo conocido, se distorsiona.
En el lado opuesto de la ofuscación está la lucidez, con
la que poco a poco hay que ir impregnando la mente.
La mente es muy fluctuante y en todas las personas se alternan estados de confusión u ofuscación y estados de mayor orden y claridad. El trabajo para ir resolviendo los errores bási cos de la mente consiste en ir logrando superar estados de con fusión y desarrollando estados de perspicacia, claridad, cordu ra y comprensión profunda. Los destellos espontáneos de verdadera lucidez son muy raros y a menudo la mente no se halla en un estado de armonía y equilibrio, sino de desorden, avidez y aversión. Los pensamientos cargados de ofuscación, avidez y aversión impiden la visión clara o lucidez, puesto que condicionan la percepción, la reacción y la acción. Si la lucidez se implan:tase en la mente humana con mayor intensidad y fir meza, irían desapareciendo muchos de sus errores básicos y a menudo tan perjudiciales para uno mismo y para los demás. Por esta razón, hemos de prestar una especial atención a la ofus cación y a la lucidez: a la primera como matriz de innumerabIes errores básicos de la mente y actitudes nocivas; a la segun da, como causa de bienestar propio y ajeno, comprensión cla ra y ecuanimidad.
Si hubiera en la mente del ser humano un poco más de verdadera lucidez y fuera capaz de ver las cosas como son, toda la dinámica de la sociedad cambiaría para bien. Se resolverían muchas complejidades sociales que sólo derivan de la ofusca ción de la mente humana y surgiría una nueva mentalidad.
Si la ofuscación engendra cualidades negativas, de la luci dez emanan cualidades laudables, provechosas y constructivas.
La lucidez es el resultado de una mente:
• Más integrada y armonizada.
• Más liberada de condicionamientos psíquicos.
• Más liberada de modelos, esquemas, patrones
y prejuicios.
• Ejercitada suficientemente para poder desenca
denar una visión más penetrativa, justa, cabal y clara.
• Despojada de muchas trabas y ataduras, oscu
recimientos e impedimentos como confusión, desorden, dispersión, pereza, avidez, odio, malevolencia, desmesu rada sensualidad, envidia, celos, irascibilidad y apego a opiniones erróneas.
• Más atenta, autovigilante y ecuánime.
• Más protegida contra las nocivas influencias del
exterior.
• Más emancipada e independiente.
La lucidez consiste en aproximarse más a la contempla ción de los fenómenos, acontecimientos y cosas como son, sin que la visión esté tan turbada por velos como las reacciones des medidas y neuróticas, la imaginación descontrolada, los esque mas prefijados, las reacciones emocionales incontroladas, los prejuicios, los hábitos internos, los clichés socioculturales y, en suma, los condicionamientos que provienen tanto de fuera como de la propia psiquis.
La lucidez se gana y anida en la mente sosegada, la aten ción vigilante, la reflexión consciente, el sano autodominio, la regulación de la emociones, el autoconocimiento, la percepción más pura y directa, la captación del presente, el pensamiento más correcto y más libre de avidez y odio, la capacidad para no dejarse aturdir por recuerdos o expectativas y el entendimien to justo. Para poder ir consiguiendo la visión clara o lucidez es necesario despojarse de muchos contenidos que condicionan y «desaprender» muchas conductas nocivas que se nos imponen como fardos.
Una de las historias sobre la que debemos reflexionar es
la siguiente:
Se trata de un joven occidental que, durante años,
ha visitado a guías espirituales y recibido enseñanzas de notables maestros. En una ocasión oyó hablar de un anciano sabio que vivía en la cima de una montaña y decidió ir a visitarlo. Estaba, al amanecer, subiendo por un senderillo hacia la cima de la colina, cuando de repen te vio que un anciano venía hacia él, llevando un gran saco a hombros. En el momento en que fueron a cru zarse, el anciano se detuvo a su lado y dejó el saco en el suelo. Le miró al occidental. ¡Qué ojos aquéllos cargados de paz y compasión! Después el hombre cogió el saco y partió. Había dado una gran enseñanza, sin palabras. El hombre occidental comprendió: es necesario dejar el saco de los modelos, los patrones, los condicionamientos y en suma del pasado. No es que haya que matar la memoria de datos, no (y por eso el anciano recogió el saco), pero sí liberarse de la memoria psicológica que tanto nos con diciona, limita y roba la claridad de mente y la libertad del espíritu.
Por falta de lucidez a menudo tomamos los reflejos por la realidad, lo insustancial por lo sustancial y lo ilusorio por lo verdadero. Hay otro cuento sumamente significativo; una his toria espiritual que desde hace mucho tiempo los mentores han ido narrando a sus discípulos:
He aquí que un amanecer una paloma se coló en un
templo de paredes espejadas. El sacerdote había colocado en
el centro del templo una rosa en ofrenda a la Deidad y ésta
se reflejaba en todas las paredes espejadas del santuario. La
paloma, deseando acariciar la rosa con su pico, tomando los reflejos por la realidad, comenzó a lanzarse contra una y otra pared, a la búsqueda desesperada de la flor, su frágil cuerpo, golpeándose una y otra vez. Finalmente se destripó y, muer
ta, fue a caer entonces sobre la rosa. Los maestros dicen: «No seas como esa paloma: tomando los reflejos por la realidad y hallando la muerte ... espiritual.
En la medida en que se va alcanzando una visión más clara, la persona va desprendiéndose de muchos esquemas y prejuicios, conquistando opiniones y perspectivas correctas y superando las incorrectas y productoras de equivocación. Tam bién gracias a la lucidez se propician las emociones más salu dables, como la generosidad, la compasión, la benevolencia y la ecuanimidad, y surgen estados mentales más sanos que se traducen en palabras más correctas, amables, afectuosas, vera ces, comedidas, reflexivas, precisas y exentas de acritud, mor dacidad, embustes o malas intenciones; debido también a la visión clara o lúcida, la persona desarrolla un tipo de com prensión más profunda y es más impecable en su proceder, evi tando cualquier actividad que pueda dañar a las criaturas vivientes y por tanto renunciando a la malevolencia y logran do correctos modos de sustentamiento vital que no impliquen destrucción o perjuicio de otros seres.
La lucidez se va consiguiendo mediante la firme resolu ción de obtenerla, pero, necesariamente, siguiendo una disci plina y una práctica que favorezcan la evolución consciente y la mutación de la psique. Esta disciplina se ha basado desde tiempos inmemoriales en un triple entrenamiento:
- Ético: que consiste en poner los medios para que los otros seres sean felices y evitarles sufrimientos y sabiendo tam bién cuidarnos y protegernos a nosotros mismos.
-Mental: que consiste en un entrenamiento armónico y metódico de la mente para ir desarrollando sus potenciales y esti mulando los factores de autodesarrollo que residen en todo ser humano: esfuel7.O consciente o energía, sosiego, contento interior, atención consciente, ecuanimidad, indagación de la realidad y otros. La práctica más fiable y experimentada a lo largo de mile nios para la transformación de la mente y la reorganización salu dable de la psique es la meditación sentada, que representa el arte de detenerse y ejercitar la atención mental pura y la ecuanimidad para ir superando condicionamientos internos, integrando la mente y desencadenando la visión cabal, que es la portadora de la verdadera sabiduría o plena lucidez, puesto que permite perci bir de forma directa, mediante la propia experiencia, los fenóme nos tal como son y no como creemos que son. La meditación va
incluso «limpiando» y «quemando» muchas impregnaciones sub conscientes nocivas que, a su vez, originan pulsiones y tendencias patológicas y hostiles. Potencia, por el contrario, las fuerzas de autoperfeccionamiento, bienestar y creatividad del individuo, a menudo «inhibidas» o bloqueadas por trabas e impedimentos mentales y psíquicos.
- De desenvolvimiento de la sabiduría: un tipo especial de visión supraconsciente que aprehende la realidad subyacente y que se esconde tras las apariencias, no perceptible, precisamente, por que la visión de la persona es débil, parcial, contaminada y oscu recida por condicionamientos internos y externos.
La persona lúcida, o sea, más sabia, valora extraordina riamente las cualidades laudables como la benevolencia, la com pasión, la buena voluntad y la alegría por los éxitos ajenos. Es menos posesiva o acaparadora, y está más libre de las reaccio nes extremas de apego y aversión. Respeta toda forma de vida y tiene clara conciencia de que forma parte de la totalidad. Su conciencia ha alcanzado un nivel más elevado, se ha liberado de muchas raíces perjudiciales que palpitaban en el inconsciente y con la mente más concentrada y sosegada, más calma y ecuá nime, puede percibir y penetrar una realidad que escapa a la mente condicionada. El cultivo metódico de la mente a tra vés de la meditación sentada y de la actitud ante la vida dia ria va procurando calma y claridad, y convirtiendo la misma mente en una preciosa herramienta para el vivir cotidiano y la búsqueda interior. Esto no significa que la persona lúcida sea infalible; está sometida a error, pero cuando decide, opta y procede lo hace con comprensión más clara y siempre res ponsabilizándose de esa mente que trata de gobernar y dirigir sabia y amorosamente. Mediante la conquista de la visión cla ra o la lucidez se evita el sufrimiento innecesario de la mente, aquel que viene dado por una mente neurótica o desordenada y por un exceso de pensamientos nocivos, estados mentales aflictivos y reacciones anómalas ante lo placentero (creando mucho aferramiento y finalmente dolor) y ante lo displacente ro (generando mucha aversión y odio, o sea, añadiendo dolor al dolor).
El sufrimiento de la mente desordenada y neurótica va siendo eliminado a medida que brota la claridad mental e incluso esa claridad de mente; apoyada sobre la ecuanimidad, reduce la masa de sufrimiento inevitable, puesto que la mente aprende a encararlo de otra manera. Buda enseñaba en la pará bola de la casa: «Si la casa está bien techada, no entran el gra nizo, la lluvia ni la nieve; si la casa está mal techada, granizo, nieve y lluvia la anegan.»
La mente es la casa. Si está protegida por la atención consciente y la lucidez, los pensamientos nocivos y las influen cias perniciosas no pueden afectarla; pero cuando no está some tida a vigilancia ni permanece clara, se ve anegada por los esta dos mentales nocivos y aflictivos.
El umbral más alto de la lucidez es la sabiduría, que supo ne tanto inteligencia clara como compasión. Es el resultado de un trabajo muy serio sobre uno mismo y que exige el desarro llo de numerosos factores. En el Dhammapadd podemos leer: «La sabiduría brota en aquel que se examina día a día, cuya vida es intachable; inteligente, arropado con el conocimiento y la vir tud.» La mente se va «descondicionando» y «descodificando». Liberada de muchas de sus trabas y oscurecimientos, mediante la práctica de la meditación y el cultivo de actitudes adecuadas, se va «apaciguando lo condicionado» y se van suprimiendo las desmesuradas reacciones de apego y odio que la tienen domi nada y que son causa de desdicha para uno mismo y para los demás. Si la dicha más estable es la paz interior, ésta no puede eclosionar hasta que no se disipen las «barreras» que la inhiben. Los condicionamientos y las tendencias subterráneas van resol viéndose y las potencias constructivas que hay en la mente, que estaban aletargadas, se actualizan, superándose muchas de las aflicciones que uno bien puede evitarse.
Con mucho cuidado, la persona tiene que ir atendiendo y cultivando su psicología para poder desembarazarse de con dicionamientos tales como ofuscación, apego, odio y otros, con objeto de que la mente enemiga se vuelva amiga, de que la mis ma mente que encadenaba se torne liberadora. Mediante ese cultivo, que exige energía, esfuerzo consciente, motivación y una consistente disciplina, la persona va consiguiendo sosiego, concentración, firmeza de mente, armonía y visión clara.
Cuando alguien tiene un atisbo de claridad, aunque sea desde su mente ofuscada, se pone en marcha una saludable necesidad por ir desplegando esa nube de luz y entendimiento correcto. Entonces la persona tiene la oportunidad de darse cuenta de lo que es más esencial y relevante en su vida y
comenzar a trabajar por su consecución. A menudo, y debido a la ignorancia básica, todos nos comportamos como los per sonajes de la siguiente narración:
Un hombre estaba sediento y moribundo, extra
viado en un desierto. Pasó por allí una caravana y algu nos de los viajeros se acercaron a �er qué le pasaba. El hombre, musitando, susurró: «¡Agua! ¡Agua!» Entonces los viajeros comenzaron a preguntarle si quería el agua en una taza o con una cucharita o beberla directamente del pellejo y preguntándole y preguntándole, el hombre murió de sed.
Por falta de visión clara, nos producimos mucho daño a nosotros y a los demás. La ofuscación roba la comprensión cla ra, como dice el Dhammapada: «Aquellos que se avergüenzan cuando no deberían avergonzarse y que no se avergüenzan cuando deberían hacerlo, están condicionados por equivocados puntos de vista y se conducen hacia un estado de dolor. Aque llos que temen lo que no debe ser temido y no temen lo que debe ser temido, están condicionados por equivocados puntos de vista y se conducen hacia un estado de dolor. Imaginan como equivocado lo que no es equivocado y como no equivo cado lo que sí lo es: seres que mantienen tales puntos de vista se desploman en un estado de dolor. Conociendo lo equivoca do como equivocado y lo acertado como acertado: esos seres, adoptando la visión correcta, alcanzan un estado de felicidad.»
Al ir extinguiendo las contaminaciones de la mente (incluida su fuente, la ofuscación) que dan lugar o son en sí mismas errores básicos del órgano mental, la persona va sin tiéndose más integrada, satisfecha, contenta y dueña de sí mis ma. Uno mismo tiene que llevar a cabo la ardua y noble tarea de resolver los errores básicos de su mente, que generan desdi cha y discordia. No dejan de ser en este sentido muy aleccio nadoras las recomendaciones del Dhammapadd: «Uno mismo es su propio protecror; uno mismo es su propio refugio. Por lo tanto, que uno mismo se cuide de la misma forma que el ven dedor de caballos cuidará al buen caballo.»
En este entrenamiento para la resolución de los errores básicos de la mente con objeto de esclarecer su percepción, su cognición y su acción, es inevitable el autoconocimiento, pues en la medida en que nos miramos y examinamos vamos des cubriendo no sólo estos errores, sino también cómo se mani fiestan y se perpetúan. Como esta obra tiene un carácter emi nentemente práctico (como ya lo han tenido Te rapia emocional, Terapia afectiva, Terapia espiritual y El dominio de la mente), el lector no debe satisfacerse con la exposición teórica, sino que debe llevar a la práctica y a su vida cotidiana las claves, pautas y actitudes que mostramos y que le permitirán ir superando la ofuscación -y subsiguientemente los errores y distorsiones mentales-, desarrollando calma y claridad, y superando el inú til sufrimiento y aflicción de la propia mente, lo que redunda rá en beneficio propio y de los demás.
Es la vida cotidiana el escenario adecuado para autovigi larse, con el fin de descubrir y desenmascarar los errores y dis torsiones mentales, los autoengaños y las racionalizaciones. Este seguimiento nos permitirá aplicar esas magníficas fuerzas que son la atención vigilante, la ecuanimidad y la lucidez, al obje to de ir desenraizando ataduras y trabas. Del mismo modo que de la observación atenta, intensa, penetrante y desprejuiciada han surgido muchos y notables descubrimientos, mediante la misma, aplicada a la propia psicología, la persona puede ir per catándose de sus reacciones emocionales, sus hábitos psíquicos, sus «composturas» anímicas y sus condicionamientos, para poder ir resolviéndolos y superándolos, despejando así la visión. Explorando su propia interioridad, pero sin extraviarse en sentimientos de culpa ni justificaciones, la persona podrá ir des cubriendo y desmantelando muchos factores que le producen miseria interior y desdicha mental, y estimulando aquellos que dan equilibrio anímico, sosiego y claridad.
Hay en toda persona un ángulo de quietud y de luz con el que se puede conectar. El individuo está capacitado para, mediante unas actitudes y métodos fiables, ir desmontando muchos de sus autoengaños y madurando psíquicamente. Pero a veces resulta doloroso, casi una estremecedora conmoción, descubrir esas ideas y opiniones equivocadas que hemos man tenido, o incluso impuesto a los otros, durante años; desen mascarar comportamientos anímicos patológicos y superar dependencias psíquicas. La senda hacia la libertad interior a veces impone y sobrecoge y tomar conciencia de nuestra pro pia codicia, odio, ofuscación, celos y envidia, así como de la burda máscara de la personalidad a la que tanto hemos entre gado, no es tarea fácil. También la burocracia del ego, sintién dose amenazada, se rebelará con todo su vigor y querrá cerrar el camino a la esencia, impidiéndonos ver con claridad.
En una ocasión un discípulo le preguntó al maestro:
-¿Dónde está la realidad?
-Justo delante de ti --dijo el mentor. -Entonces, ¿por qué no puedo verla? -Porque sólo te ves a ti mismo.
Pero lo más grave es que ni siquiera nos vemos a noso tros mismos como tales, sino la envoltura y la apariencia de nosotros mismos, justo aquello que, cuando tengamos claridad y sabiduría, descubriremos que no somos.
Como método práctico para superar la ofuscación y des plegar la lucidez, también es de gran importancia detectar la ofuscación en la propia mente. No es fácil, y es necesario, entre narse en la práctica de la meditación para irse acostumbrando a mirar dentro de la mente, examinarla y tomar conciencia de ella. En un célebre sermón de la enseñanza del Buda, el
Arya-Ratnakuta, se dice: «La mente es como el ilusionismo de un mago; adopta diversas formas de aparición a causa de pensa mientos no acordes con la realidad. La mente es como la corrien te de un río: nunca se para sino que sufre, rompe, desaparece. La
mente es como la luz de una lámpara: arde en razón de sus cau sas y condiciones. La mente es como la luz de un relámpago que, en un instante, acaba y no permanece. La mente es como el espa cio, está contaminada por impurezas. La mente es como un mal amigo porque trae toda clase de sufrimientos.»
Pero, mediante el oportuno entrenamiento yel esfuerzo debidamente aplicado, la mente puede irse tornando una cola boradora. Hay que protegerla con cuidado, ordenarla, liberar la de obstáculos y estados aflictivos y procurarle sosiego, por que del sosiego va naciendo la claridad. Todos los sabios de la antigüedad, tanto de Oriente como de Occidente, han insisti do en la necesidad de la calma mental.
En una ocasión un discípulo escéptico le dijo a su
preceptor:
-Pero ¿a qué viene que insistas tanto en el sosiego?
El preceptor le dijo:
-Acércate al río y trata de ver tu rostro.
El río se deslizaba precipitadamente. El joven se
miró en sus aguas, pero su rostro se desfiguraba. Volvió junto al mentor y le dijo:
-Es imposible verse la cara en esas aguas revueltaso
-Pues ahora dirígete al lago y mírate.
Así lo hizo el discípulo y al regresar junto a maestro le dijo:
-En las serenas aguas del lago sí he visto perfec
tamente mi rostro.
-¿ Te das cuenta? El sosiego te permitirá ver con
claridad, y con claridad verte a ti mismo, pero a través de las aguas revueltas de la mente no existe visión clara. Como aconsejaba el sabio Santideva, hay que estar aten ro para sujetar la mente al poste de la calma interior y exami nar a cada instante la condición de la propia mente. Del mis mo modo que el buen joyero va tallando con primor el diamante, así la persona que quiera disipar la ofuscación de la mente y preservarla de ella, para poder disponer de una men te más lúcida, bienintencionada, sagaz y ecuánime, debe apli carse a despojarla de sus malas cualidades y a propiciar las bue nas; debe no desfallecer en cuanto a la sabia aplicación del discernimiento y debe ejercitar sin descanso esa fuerza integra dora y equilibrante que es la atención, pues como bien dice un comentario a un célebre sermón budista (Sutta Nipata): «La función de la atención y de la clara comprensión es de gran importancia. No existe ningún proceso mental relativo al cono cimiento y a la comprensión en el que no intervenga la aten ción. La negligencia es, en pocas palabras, la ausencia de aten ción. La atención es esa incansable tenacidad que nos hace ser perseverantes en cualquier actividad. Se dice de aquellos que, bajo el influjo del ejercicio constante para el desarrollo mental, se han impregnado con la fragancia de la atención y la clara comprensión, que están siempre meditativos.»
Precisamente la atención firme, intensa, bien aplicada y pura (libre de juicios y prejuicios, reacciones e interpretaciones, ideas y opiniones) es el punto de luz que se va abriendo y disi pando poco a poco toda la oscuridad de la mente.
Ramiro calle. Las zonas oscuras de la mente.
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